Opinión: Nos proyectan odio y mediocridad en la cultura.


Vivimos tiempos tan complejos como interesantes en nuestra historia; tenemos mayor acceso a la información con cientos de formatos para consumir productos culturales y de ocio de calidad, así como también se cuenta con un catálogo enorme de plataformas para expresarnos y dar nuestra válida opinión de todos estos productos. Y es en estos últimos sitios donde los paradigmas de la percepción han cambiado tan abruptamente que los antiguos medios de masas ven cómo cada día su credibilidad y prestigio se los carcome la floreciente industria de los influencers u «opinólogos» de profesión.

Con la proliferación de estas plataformas de expresión, donde una persona puede ser escuchada y validada hasta por millones de usuarios, las viejas multinacionales se han visto obligadas a jugar con un público cada vez más reaccionario, lo que ha dado por resultado que estas hagan acopio de sus propios influencers. Y es que ante una audiencia más interesa en el quién eres, en lugar de la calidad de lo que haces, se han abierto portillos para que, sin vergüenza alguna, esas anticuadas compañías de arte y ocio se desliguen de su responsabilidad de crear y nutrir a la cultura con productos de calidad, para en cambio ofertar como imagen y producto a unos caudillos instrumentalizados ante una agenda ya innegable, únicamente para achacar a otros sus propios fracasos con un guion montado que ya huele a catre de prostíbulo a las tres de la madrugada, que además, quieren darle un falso e imprescindible valor social.

Lo anterior no son afirmaciones que buscan despotricar a favor del ya banalizado «discurso de odio», sino que se justifica también cuando se observa que todo apunta al mismo discurso; ante, por ejemplo, el poco valor agregado que los medios actuales, en complicidad con el problema, le dan a su contenido cuando se ven ante las explicaciones de los fracasos corporativos del ocio, donde ni siquiera se prestan a levantar discusiones objetivas al respecto, sino que se abrazan a ellas como sacra palabra. Y no satisfechos de alienarse sin siquiera cuestionar una sílaba, reiteran y reiteran declaraciones en titulares que, si pudiésemos añadir a continuación risas de ambiente como en las utilizadas en las comedias de televisión, no poseen sustancia para resolver las discrepancias, empecinándose en estribillos cansinos y genéricos como: «Tal serie fue cancelada por la homofobia», “Review bombing a la película tal: Los fans tóxicos y racistas…”, ‘El actor Llorínez Agobiedo Frustrini señala de racista al público por el fracaso de…’

Podríamos parodiar o satirizar este tipo de titulares y no nos daría ni cuatro párrafos en encontrarles lo repetitivos, molestos y vacíos que son en realidad, pues cada uno tiene como factor común algo, el público es el responsable de estos fiascos, jamás las compañías. Esto por supuesto ha levantado la antipatía de muchos ya que a nadie le gusta ser achacado por la mediocridad de otros; ni en el trabajo, ni en la casa y mucho menos en el ocio, el único espacio, que además de pagado, se supone podemos «desestresarnos» con alguna risa ocasional y no ser sermoneados porque así lo quiere un comité en algún edificio lujoso.

Ha sido esa absoluta falta de respeto en querer involucrarse en lo más íntimo de nuestro tiempo libre, lo que ha dado por resultado que algunos energúmenos sin vida ni capacidad social, utilizando el anonimato de internet, se dejen llevar por sus instintos de verdadero odio y plasmen la excreción intestinal que tienen por cerebro y sentimientos en redes sociales de otros. Sin embargo, y sin justificar tampoco estos actos barbáricos de una ínfima cantidad de personas, es prioritario señalar que los responsables han sido los caudillos, medios de comunicación y grandes empresas, quienes, con la proyección de su mediocridad e intereses políticos y económicos, han dado paso libre a esta decadencia social, donde ya ni en un foro se pueda intercambiar ideas sin que aparezca un «falto de criterio» a fastidiar con mantras ideológicos perturbando toda posibilidad de paz.

Es imperativo realizar cambios para dejar de nutrir esta agenda mediocre y dañina si de verdad se quiere alcanzar otra vez una calidad respetable, y que merecemos, en el ocio y la cultura en general. Y pese a existir una innegable caída económica, por ejemplo, en el cine, que refleja el hastío de la audiencia hacia los productos genéricos y sin talento de esta agenda, también debemos ser partícipes y dar nuestro grano de arena en reforzar el «lado correcto» de la cultura.

Apoyo y visualización de los millones de talentosos escritores y productores es una parte importante y primordial en la lucha; abandonar propiedades viciadas que en el pasado nos han dado mucho, pero que hoy son serviles a esta enfermedad de mediocridad es duro, pero se debe aceptar el hecho de que si no nos pertenecen no podemos tampoco exigirles que cambien, sería caer en ese juego de proyección.

Si bien esta etapa caótica de lucha entre audiencia contra creadores es un verdadero fastidio, cabe entender que después de cada gran crisis vienen los nuevos tiempos dorados; pasó con la caída de Wallstreet, pasó con los video juegos, pasará con todo lo que tenga referente a lo fabricado por la humanidad, la cultura. Por ello para poder encontrar espacios agradables y sobrellevar el bombardeo proyectado en la mediocridad y el odio de una industria agonizante que se niega a dejarnos en paz, la mejor forma de hacerlo es ignorándola; caer en su juego de reacciones y comentarios sólo regresa una gota de las diez perdidas en el desangre de su credibilidad. No nos dejemos manipular, pensemos y atemos cabos, al final esta guerrilla nos involucra a todos, no importa bando; fomenta tu criterio y mira por detrás de las caras que hoy te venden empatía, porque ninguna de ellas está allí por altruismo, todas cobran un cheque que se gastarán para ellos mismos, incluso esta misma página —todos trabajamos para una agenda, unas más dañinas que otras—.


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