¿Se acerca un cambio de paradigma? El «fan baiting» llegó para quedarse.


En los últimos días se han hecho eco un puñado de noticias que están haciendo temblar el mundo del arte occidental, y es ni más ni menos que Netflix, Disney, Warner y hasta los mismísimos Oscars, han despedido a sus directoras, casualmente todas mujeres con cierto tono moreno en sus pieles y muchos rizos, en diversidad de sus organizaciones; y para abusar aún más de la picardía, inmediatamente después, ¡oh casualidad!, de las celebraciones del mes del orgullo. Son con estas «buenas nuevas» que la audiencia, dividida por la malicia perniciosa de la industria, ha iniciado el clásico proceso de “celebración victoriosa” o de ‘lloriqueo apocalíptico’ que es menester en esta ya cansina ‘guerra cultural’: ¿Esto es señal de lo que ya muchos hemos vaticinado sobre el resultado de seguir dando cuerda a productos ideológicos sin calidad ni sustancia?, ¿o más bien nos están tomando el pelo con, como decimos en mi país, un atolillo con el dedo para calmar pasiones?

No sería la primera ocasión que ciertos actos no sean más que ilusiones, pequeñas bocanadas de aire que te concede el río embravecido antes de seguir arrastrándote, para proseguir con el mismo modelo que, a costo de millones de dólares, presumen atorarnos en la boca para aceptar lo que ya es sin duda una agenda palpable. Esto no se dice a la ligera, todos recordamos cuando no hace mucho Warner hizo cambio de CEO y dispuso a David Zaslav como cabecilla de su imagen. Este sujeto, a quien el progresismo tildó como la segunda llegada de Trump, trajo consigo el cierre de los departamentos de la opresión, perdón, de la diversidad, jugada que le trajo muchas críticas, así como ovaciones por todos lados de la audiencia.  No contento con ello canceló la película de Batgirl a pocas semanas de su estreno, una producción que ya acarreaba la mala reputación de ir cargada de contenido «despierto», con lo cual muchos veían en esto otro atisbo del regreso a la cordura a Warner.

Pero el tiempo habló, y con jugadas como la protección hacia el presunto delincuente Erza Miller, para el ya fracaso contundente de la película The Flash, y la aparición futura de Amber Head en Aquaman, la audiencia entendió que ese cuentecillo ilusorio de los grandes cambios no ha sido más que una fantasía causada por el hastío y la desesperación que el modelo actual nos ha dado a sufrir. Y es con este prontuario, a aviso de introducción, que será interesante adentrarnos en la pregunta, ¿Se acerca un cambio de paradigma?, ante si estos despidos —vestidos de renuncias—, es en realidad la antesala de un cambio, o si por el contrario es «atolillo con el dedo» para quizá otra etapa de lo mismo.

Es importante analizar algunos precedentes vitales que han llevado a la cultura del arte occidental al punto en el que estamos, y es obligado para poder entender el qué ha ocasionado todo el malestar generalizado en las redes y por qué, como audiencia, deberíamos cuidarnos más en qué sí y qué no reaccionar, pues al final todo se resumirá al alcance.

En 2011 salió a la luz una serie que conmocionó al mundo de la internet. dicha propiedad llevó por nombre Game of Thrones; fue producida por HBO y basada en la serie de novelas de George R.R. Martin. En aquellos lejanísimos días de tranquilidad, paz y calidad, esta producción audiovisual llevó a extremos insospechados el uso abusivo del «cliffhanger» para enganchar a la audiencia. Este recurso, una huella digital en esta marca, provocaba inundaciones de reacciones y comentarios allá por cualquier foro, red social o medio de comunicación donde se reuniesen al menos dos o tres de sus fans. El marketing gratuito resultado de esta hecatombe de contenido cubría un alcance tal, que ni siquiera los “detractores” de la serie conseguían librarse.

Ese fenómeno mundial, posterior a una época de crisis financiera como lo fue 2008, abrió los ojos de toda la industria cinematográfica. Pronto los estudios pusieron a sus mejores cabezas en publicidad para socavar la esencia del qué sucedió, el cómo HBO, con apenas unos centavos en comparación al marketing carísimo de años anteriores, se colocó líder del mercado con una serie como aquella, haciendo uso del mal visto «cliffhanger», recurso que sólo películas que se creían más de lo que eran utilizaban; caso de Godzilla de Roland Emmerich, donde en su escena final vemos un huevecillo de Godzilla abrirse dando a entender de una secuela, que por suerte nunca llegó.

La conclusión de todo esto fue simple, el internet sería el aliado principal en años siguientes para establecer el alcance y el posicionamiento de las marcas de una vez y por todas, porque si bien ya era una herramienta útil y con mucho movimiento económico, quienes dirigían el cine en esos momentos todavía recelaban de la seriedad del internet; nadie podía culparlos, eran básicamente empresarios de generaciones con ideas más arcaicas y con maneras de trabajar más analógicas, no por nada muchos jóvenes como Mark Zuckerberg les aventajaron el mercado muchos años antes, tan lejos como 2004. Y como decía la introducción latina de los cortos de The Animatrix de 2003, «…al principio fue bueno», pues esto hizo entender a muchas compañías que plataformas como Youtube ya no eran del todo un sitio de boberías infantiles o de contenido impropio y servil. Esto se puede reflejar muy bien cuando llegó el primer “Adpocalypse” termino que refiere al abandono de marcas importantes en Youtube en 2016, pues llegaba el momento de controlar en beneficio de la industria de siempre en detrimento del usuario, como ya es común.

Pero alejándonos del «Adpocalypse» y del control casi abusivo que ha recibido internet, tema que es para darle de comer aparte porque hay situaciones que justifican y otras que no el control, a causa de las epifanías anteriores, ciertamente existe un punto de inflexión que inició toda esta “guerra cultural” que hoy vivimos. Y dicho momento nació en el año 2015 con el anuncio oficial de quienes serían la nueva generación de los Ghostbusters… No son pocos quienes suspiran de mal modo cuando escuchan el título de esta película, pues como se dijo anteriormente fue el pistoletazo que nos ha llevado a una división tan abrumadora en temas artísticos, que hay quienes ya no se hablan siquiera ante las opiniones contrariadas e irreconciliables sobre este tema, ¡oh qué casual!, como si estuviésemos hablando de política o religión.

Ghostbusters de 2016 enardeció los ánimos de dos bandos, de lo que hoy señalamos como los conservadores y los progresistas, pues al revelar que cuatro mujeres serían las protagonistas, más pronto que tarde la ideología feminista se atribuyó esto como un gran logro, ya que en años anteriores la nueva ola de este movimiento venía dando de qué hablar por la red. Por consecuencia, quienes repudiaban a más no poder los preceptos recalcitrantes de las feministas, y estas que nunca se callan ni están satisfechas, provocaron que la película se posicionara como ninguna otra en los medios de internet, inundando las redes y coronándola como el tópico número uno de las tendencias. Y si bien la película fue un fracaso en la taquilla, el dinero que provocó en publicidad al estar en bocas de todos bien pudo superar con creces los datos arrojados al público en general, transformándola en un éxito de marketing más que cinematográfico.

Cualquiera que comprenda el mínimo del comportamiento de internet y el funcionamiento de la publicidad en este, entenderá por dónde van a caer los siguientes tiros, pues la dinámica que no se ve fuera de las noticias y entrevistas de los medios es más rentable que el resultado físico que den en la taquilla las películas. Es, por consecuencia obvia, que los estudios encontraron en la polémica un paraíso conveniente y jugoso para obtener ganancias tras bambalinas, mientras el común denominador de la gente cree hacer algo positivo o negativo criticando a uno u otro bando.

Este modelo, que no ha hecho más que dañar la percepción y la calidad del arte, y que se le está empezando a llamar «fan baiting», no es más que una manipulación fastidiosa donde impera la ofensa en pro de la reacción; mientras más te enfurezcas y dejes un comentario, un “like”, o te detengas a leer cómo están destruyendo la propiedad que amas, más dinero ganan las compañías a raíz de tu propio enfado, pues a los algoritmos y las publicidades no les importa qué está pasando a su alrededor, sino que su función es medir y arrojar datos de cuántas personas lo han visto y pueden ser potenciales compradores. Aquí podríamos llevar al superlativo eso que muchos dicen, el fin justifica los medios, y estos medios pueden ser tu mala voluntad, furia o cinismo; da igual cómo reacciones su objetivo es evocarte a dar ese ´click’ y generar un número más.

Si bien a este punto podríamos señalar a las «malvadas» compañías y su imperiosa necesidad de crecer por medio de la publicidad, y creernos todos unos eruditos despotricando contra la malignidad del insaciable sistema capitalista, donde ni el más izquierdista escapa de ser un engranaje más, la realidad es que la culpa la tenemos todos. Y aunque quizá muchos arruguen la cara con esta última oración, sintiéndose víctimas inocentes, la realidad es que la industria no te invita directamente a participar del aquelarre de odio en las redes, es uno mismo quien, con noticias como las del inicio de esta columna, nos aventamos a hacerle creer a desconocidos que nuestra percepción moral o de la realidad es correcta; que tire la primera piedra quien no se haya metido en un pleito de red social sólo por querer refutar la opinión de un tercero.

Irónicamente quienes más señalamos el problema de una agenda progresista en el arte, somos los mismos que hemos construido el paradigma al cual estamos hoy atados, y así mismos quienes defienden la susodicha agenda cumplen como alimento útil para nutrir al modelo, todo por las ganancias que no se ven a simple vista.

Y ahora con este panorama, que no es más que una hipótesis sin más prueba que un análisis de hechos que quizá hayan llevado a la «guerra cultural» a este punto y que, dejando de lado la más ruin cara de esta que sería lo político, podríamos afirmar con una voz muy pesarosa y llena de inseguridad, que no, no habrá cambio de paradigma con estas noticias que a priori avisan del final de progresismo en el arte. Porque por más consciente que el humano diga serlo, los instintos inconscientes prevalecerán con él; el deseo de llevar la contraria, de propagar una “moralidad correcta” o simplemente dar una opinión, activará el modelo impuesto en internet para sus fines.

Aterrizando de a pocos el tema, debemos estar también enterados que este modelo o paradigma no es exactamente nuevo en realidad, lo único verdaderamente novedoso es el alcance que ha conseguido por medio del canal, internet. Por todo lo demás la temática puede cambiar sin problemas así sean las luchas sociales, las posturas políticas, la deformación de propiedades y todo aquello que nos fastidia o en su defecto alienta a maravillarnos; son cartuchos que pueden ser sustituidos como lo hacíamos con un juego del Super Nintendo; ayer era la guerra fría, anterior la segunda guerra mundial, la esclavitud, la inquisición, en fin, tantos tópicos que causan división. Por resultado, desde un punto de vista risible y lamentable, creer que al despedir a cuatro mujeres lleve la situación a un advenimiento al cambio en la industria, es por lo menos patético.

Mientras seamos reaccionarios poco importará si una sirenita debía ser pelirroja con piel blanca o si más bien hacemos justicia con una afroamericana, el objetivo de estos asuntos al final es el dinero, los billetes que nos pasan por debajo de la mesa y ni nos enteramos. En fin, que así somos como especie, y el único grano de arena por añadir es que cuando nos veamos en posición de decir, ¡No!, a nuestro impulso por refutar y pelear en redes, pensemos que, si lo conseguimos, alguien sin escrúpulos perderá el rédito que quiere hacer a costillas de tu presión arterial —no debemos sentirnos mal, ya que yo mismo, incluso más rápido de lo que tarde el querido lector en dar buena cuenta a esta columna, haya cometido el error de reaccionar a algo en mis redes que me cause molestia—.


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