Reseña: Los viajes de Gulliver.


La literatura es maravillosa y sus libros nos exponen tantos mundos fantásticos, como maneras de ver al real, que es difícil centrarse en qué se debe o qué no emplear esfuerzos al momento de idear una reseña. Hacerle honor a una obra no es simplemente vociferar cuántas metáforas, símiles o descripciones te inundaron en el trayecto, ni elogiar el desarrollo de personajes en según cuánta profundidad posee; también es buscar sacar el mayor provecho a las pretensiones detrás del escrito y cómo consiguió el resultado final.

El libro, o más bien el compilado de historias, en cuestión fue escrito entre 1793 y 1800, bajo la pluma del genial Jonathan Swift y titulado Los Viajes de Gulliver. El género literario de este trabajo es la aventura canalizada por la sátira, aderezado de una fantasía ligera y una narrativa sencilla que busca en la simpleza sumergirnos en los viajes de nuestro protagonista, Gulliver. Y como cualquier buena sátira pasó a la historia por ser más un puñado de situaciones tan absurdas como desproporcionadas, que, combinada con un narrador protagonista en suma serio, no tiene nada que enviarle a la obra del gran Miguel de Cervantes, pero al puro estilo inglés.

Para entrar en materia de qué trata la obra, debemos estar atentos a cómo se estructura la narración. El libro nos abre las puertas con una carta del Capitán Gulliver a su primo Sympson, en la cual denota a nuestro protagonista sumamente ofendido ante las publicaciones hechas por su primo respecto a los relatos de sus viajes. De allí en adelante la obra nos deja claro la idea de Gulliver con permitir la publicación de esta y el formato a elegir es la división de los relatos en cuatro viajes: Un viaje a Liliput, la parte uno. Un viaje a Brobdingnag como parte dos. Un viaje a Laputa, Balnibarbi, Glubbdubdrib, Luggnagg y Japón, como parte tres. Un viaje al país de los Houyhnhms, como la cuarta parte y final.

La importancia de la estructura reside en que, como cualquier obra bien lograda, la relectura de la carta de Gulliver contra su primo Sympson nos motiva a empatizar con el segundo, pese a no ser nombrado nunca más en la obra. ¿Cómo es posible esto, empatizar con un personaje al cual ni se le menciona enteramente en el libro?, bien es allí donde radica la genialidad de Swift con este trabajo; hasta no culminarla y no releer la carta, jamás podríamos imaginarnos que, pese a ser Gulliver el narrador protagonista, es Sympson, bajo la sombra del editor, quien nos relata con las mejores palabras cada viaje, ya que el protagonista, en el epílogo, nos deja muy claro su desembarazo con la humanidad. Es este juego autor-editor es el primer peldaño para admirar este trabajo, pues al estar incapacitado en «decir lo que no es», Gulliver, por lógica razón, es descartado como el narrador natural en intercambio con Sympson; es simplemente fenomenal. Allí Swift nos involucró, sin siquiera darnos pistas, a la sátira absoluta; la mitad del libro es verdad y la otra una censura para el lector, que con el proceso debido de análisis puede llegar fácilmente a esta conclusión.

Sin embargo, no recurriremos más a sustraer detalles posteriores a la lectura, porque es quitarle belleza al trabajo, sino más bien nos ceñiremos meramente a las sensaciones provocadas y las críticas intrínsecas dentro de Los viajes de Gulliver; mismas que, doscientos veintitrés años después de la publicación, aún acarreamos en nuestra humanidad.

Iniciamos el acercamiento a la obra con la personificación de nuestro protagonista. A diferencia del varonil, inteligente, atlético y hermoso intérprete de las obras del aventurero común, Swift nos estrega a un enclenque británico incapaz, incluso en las situaciones de mayor superioridad, de lidiar con las peripecias de sus viajes; aunque en ocasiones la necesidad lo empuja a resolver, pese a una actitud casi por entero sumisa en favor de sus «amos o excelencias». Con este tipo de diseño se nos permite empatizar con Gulliver desde el punto de vista humano, eludiendo por completo tropos como los Gary Sue, “el elegido” o ‘el especial’, para en cambio narrarnos desde lo ordinario situaciones extraordinarias.

Bajo este manto de normalidad, Gulliver utiliza el recurso que Swift prefirió brindarle, la educación y formalidad inglesa, en contra respuesta a la valentía, violencia y pericia de los guerreros comunes en dichas obras. Es con este argumento, con el raciocinio por delante, donde la sátira cruda del autor se deja notar en las situaciones más llamativas. Por ejemplo, dentro de la obra existen situaciones que, por fetiches e idealizaciones generalizadas bajo nuestra propia forma de ver el mundo, no escapan al erotismo; sin embargo, la prosa de Jonathan es tan precisa y sus argumentos tan irrefutables que, con mucha simpleza, elegancia e incluso repugnancia, ridiculiza las fantasías en este respecto a sus predecesores, dejándole como un maestro al momento de ponernos los pies en la tierra sin quitarle maravilla al momento.

Pero no es sólo la forma de exponer y representar a los personajes o las situaciones, sino también de construir la obra. Mientras que las dos primeras partes la temática circula en la superioridad o inferioridad física, la tercera es una exquisita muestra del porqué los extremos del pensamiento no son saludables, incluso si es para el «bienestar» general; en contra parte, además, de la aplicación del esoterismo más palpable como contrargumento a todo ese viaje. Y, como punta del pastel, la cuarta es un trabajo monumental al odio hacia sí mismo, la espiritualidad por medio de la meditación en los defectos y la admiración de un inalcanzable.

Separando, como es merecido, cada una de las temáticas, nos encontramos además un manjar de críticas detrás de ellas. En el primer viaje, Gulliver, sostiene una superioridad física indiscutible contra los nativos, sin embargo, ni él es capaz de escapar de las maquinaciones maliciosas de la aristocracia y la oligarquía política, quienes desubicados en la facilidad que es para el protagonista tomar represalias, se muestran petulantes y soberbios como la casta de intocables que se creen ser. Estas ideas se ven representadas con tal sentido del humor negro y la humillación hacia estas, que cualquier lector empapado de la política no podría separarlas de las estupideces que hoy día se enfrasca la sociedad en la llamada «guerra cultural».

El segundo viaje da una vuelta de tornas y nos coloca al protagonista en un momento de inferioridad. Aquí es cuando la prosa de Swift se pule y nos avienta un puñado de críticas hacia lo que somos; no desde el punto de vista moral, sino meramente como cuerpos. Además, señala los vicios de la avaricia y el poder con una metáfora brutal de «humano-mascota», profundizándonos con una naturalidad perfecta en cómo podríamos actuar viéndonos con un animal tan semejante a nosotros, pero inferior en cierta característica. También en este punto se nos entrega un visionado más “privado” a lo que es la vida burguesa, donde Jonathan procura facilitarnos, por medio de explicación, la inverosimilitud con la realidad de esta casta ora por las normativas rigurosas de la educación, ora por la desconexión perniciosa de la cotidianeidad con el pueblo exterior, y cómo sostenerlas es un costo enorme de las demás clases sociales.

El tercer viaje, o tercera temática si lo queremos seguir mirando así, es complicada sin contexto, sin embargo, trataré de ceñirme a las críticas específicas y detalles interesantes que el autor nos muestra. Dicho esto, el tercio de la obra es un conflicto entre la ciencia ortodoxa, la ciencia empírica y, como absurdo en la sátira, la magia más deslumbrante: Con la primera nos encontramos ante personajes sumidos en los estudios astronómicos que los han llevado a una absoluta deshumanización, incapaces de sentir empatía alguna incluso para con los suyos; tal es el punto que poseen problemas de esposas escapadas, algo que, con el humor negro mezclado con el toque realista, es deprimente por sí mismo. Este arco, de pocos capítulos, pero tan perfectamente planteados, nos da la perspectiva de un reino administrado por ortodoxos, donde la crueldad del dominio es más un acto de poder con el único fundamento de mantener un proyecto, que buscar prosperidad real para todos. Incluso dentro de la narrativa se haya cómo dichas fuerzas son incapaces, cuando les empatan en conocimiento, de lidiar a los conflictos y rendirse ante las exclamaciones de libertad de un pueblo que peca también de lo suyo representado en la ciencia empírica.

El segundo arco del tercio es, como se dijo en el párrafo anterior, un pueblo dominado por la ciencia empírica. Aquí Swift lleva de nuevo su prosa a lo más alto, exponiendo absurdes tras absurdes de quienes llama «proyectistas»; una crítica sin tapujos de las castas científicas que, elevando su nariz más allá de sus posibilidades, se creen con derecho a malgastar recursos en proyectos sin juicio ni beneficio. Las muestras de cinismo en este punto de la obra son majestuosas y cada lector, según entienda desde su personal punto de vista, se asombrará de ver paralelismos entre estos personajes con las teorías más risibles que le internet mismo pueda parir, y para qué negarlo, de las que dan luz verde algunos millonarios en la actualidad.

El tercer arco del tercio es un viaje esotérico, aquí Jonathan nos deleita con el uso abusivo de la magia, a tal punto que, Gulliver, se queda corto ante el abanico de posibilidades. Pero ya acostumbrados a la intención del autor, también es un respiro fresco en contra parte de la ciencia, casi exponiendo que es mejor creer en la magia ante los disparates de la ciencia en ciertos rubros. Aún así, el plato fuerte de este episodio es la crítica del cómo cada nueva generación es proclive a la degradación de la siguiente, dando como resultado el axioma que hoy conocemos como: Tiempos duros hacen hombres fuertes, tiempos blandos hacen hombres débiles; toda una analogía exquisita del cómo el círculo de la historia se repite.

Existe un cuarto arco dentro del tercer viaje, el cual olvidé mencionar —pido disculpas por el lapsus, pero el libro es tan cargado que es imposible llevarle el hilo a dedillo, aun cuando no supera las trecientos cincuenta páginas—. Dicha parte del libro inicia con la crítica hacia la adulación ridícula hacia los gobernantes, sin embargo, da un giro de tuerca tan excepcional que su simple tema da para empujar a cualquiera a leerlo. Este asunto nos relata sobre la idea de ser inmortales. La manera de cómo afronta este idílico pensamiento por parte de Swift es tan brutal que únicamente viviéndolo por medio de la lectura se le escapará el antojo a cualquier inocente que, puesto desde el punto realista del autor, desee el mérito de vivir eternamente. Este cuarto arco, pequeño para mi gusto, es parada obligatoria para los amantes de este tipo de temática.

Llegamos al cuarto viaje, y el más interesante de todos; no exactamente por las innumerables críticas que se le da a la humanidad como un absoluto, sino más bien porque sólo en este hay un crecimiento real del personaje. Aquí se juntan todas las aristas de las críticas anteriores para que, con una majestuosidad en la narrativa, caigan encima de Gulliver y lo transformen por entero en aquel sujeto que hasta este punto no es quien nos narra.

La caída del personaje es tal que, al mejor estilo satírico de Swift, se abandona la idea del viajero sobreviviente, estoico, prudente e intelectual que fue Gulliver, según lo relatado, para verse doblegado ante el verdadero ser superior, según la lógica del personaje. Y no es sino hasta los últimos capítulos cuando el resultado de sus viajes es notorio, y entendemos que es imposible que él mismo haya escrito su trabajo, como se mencionó en los primeros párrafos de la reseña. Salvando este detalle, el cuarto viaje es una delicia del cómo transformar al protagonista de un orgulloso pensador a convertirse en un sociópata de manual. Y no deseo añadir más sobre este cuarto viaje, creo firmemente que todo aquel que le nazca leerlo posterior a esta reseña me lo va a agradecer.

Ha sido agotador llegar a este punto, pero siento que es imposible dar un punto de vista como un todo a un libro tan cargado de temas en comparación al volumen de páginas. Así, puestos ya aquí, lo único por agregar es simple y a modo más de consejo que de conclusión: Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, es lectura obligatoria para cualquier escritor amante de la sátira, la coherencia lograda y la crítica. Los mundos expuestos, el profundo aprendizaje después de cuatro viajes y la magnánima manera del autor en resolver situaciones, la narrativa seductora y la manera de evolucionar a su personaje, es, en términos claros, imperdible. Si debo darle puntuación numérica, esta obra se gana un 10/10 en mi humilde opinión. Gracias por la lectura.


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