Barbie, ¿triunfo irónico o un camino a seguir?


El estremecimiento de la película de Barbie en el cine es un hecho, su triunfo por carteleras es indiscutible y hasta un merecido logro, ante tantos intentos del feminismo por conseguir al menos un baluarte de su ideología. Sin embargo, con libros como Barbie, un estereotipo tóxico, de Araceli Barboza Sánchez, publicado en 2018; además de un sin número de blogs feministas refiriéndose a la muñeca como la llegada del satanás al mundo, es difícil creerse ese cuentecillo de que la muñequita vestida de rosa siempre ha sido un icono de los mantras postmodernos; España e Irene Montero tendrían mucho porqué alegar ante este asalto del color rosa, donde su ministerio prohibió de lleno ligar este color con juguetes para niñas en 2020.

Aun si la demagogia fuera casi la normativa para una columna de opinión sobre este asunto, el hecho es que Barbie es una marca poderosa de la cual no se debe jugar. Con su eslogan, «Sé lo que quieras ser» podríamos olisquear algunos de los puntos dentro de los cuales el feminismo se siente poderoso; “la opresión de la mujer para con el patriarcado”. Pero estamos claros que tu bisabuela, tu abuela, madre, tías y demás mujeres que te superen en edad, siempre han sido lo que han querido ser, y este objetivo, conforme avanza los tiempos y la economía así lo permite, ha evolucionado en cientos de carreras, reflejadas en colecciones de este juguete, y posibilidades para que una mujer del siglo 21 pueda, efectivamente, ser lo que desea ser; incluyendo feminista atestada. Por tanto, esta propiedad, al ser universal y estar ligada a básicamente cualquier rol; no como Max Steel, Action Man o Gi Joe, tipos de físicos envidiables y que su único rol conocido es ser héroe de acción matándose por defender a un país, lleva a Barbie a cualquier recóndito sitio donde baste colocar un anaquel y hacerse de un botín del inventario de Mattel; así de magnánimo es el poderío de la muñeca rosa.

Sin embargo, no es simplemente ser escudado por una propiedad universal, esta película no es un éxito fortuito o casual, ni tampoco merece ser ignorada por sus detractores por lo que es, un panfleto feminista, como si fuese algo para sorprenderse pues la habían anunciado así. Todo lo contrario, si algo ha dejado claro es la evidencia de por dónde el mensaje postmoderno debería tomar camino y no empecinarse en cambiar universos que han sido varoniles desde un principio. Y para poder hacer una imagen real, primero es menester repasar unos pocos títulos, de las docenas de fracasos que han inundado al arte, en asuntos de impregnarle ideologías modernas.

El pitido inicial a un feminismo involucrado sin tapujos ni caretos en el cine viene de la mano de Caza Fantasmas de 2016, al menos en producciones con mucho alcance mediático. Todos recordamos cómo ardió el internet cuando se presentó esta película; y nadie tampoco olvida cómo el feminismo de aquella etapa se apropió, ipso facto, de la propiedad como una reivindicación de grandeza hacia la imagen de la mujer. Sin embargo, el público reaccionó y la película fue un fracaso. ¿Por qué?, bueno entre algunos detalles está el humor postmoderno, que de humor no tiene nada; el cambio de género innecesario de los protagonistas, una trama malilla y, les guste o no, los zapatos dejados por los rostros anteriores. Dicho de otra manera, la película fracasó por deformar su propiedad a niveles irreconocibles, además, de ser una marca a la cual la mayoría de las mujeres del discurso no les interesaba en absoluto

Otro monumental fracaso fue Los Ángeles de Charlie, de 2019. Idos en la moda de destrozar propiedades, su directora, Elizabeth Banks, decidió ir con todo para promocionar esta película como una reivindicación más del movimiento feminista. Sin embargo, su campaña se estrelló, la película fue un fiasco en la taquilla y quizá sólo esta columna la saque del abismo del olvido con esta mención. Este caso es más que interesante; ya desde los años setenta la propiedad trataba de tres mujeres detectives dedicadas a resolver los casos dados por Charlie, por lo cual desde su origen la obra presentó damas como protagonistas y no varones. Dado que debemos analizar esto bajo el mantra postmoderno, es irracional para estas ideas que, un universo femenino, fracase si no existe cambio alguno de género en sus protagonistas, pero el caso es que no, el diseño de este trabajo era enfocado a un público general y no femenino; con mucha acción y buenos guiones detectivescos, suficiente para enganchar a cualquiera en sus misiones. Haberla vendido como un producto dirigido a un porcentaje muy bajo de la población, que aparte no gusta de este tipo de material, fue lo que llevó a esta cinta al agujero ya mencionado; empezamos a ver patrones, pero aún falta un tercer ejemplo.

Como no podía faltar, la franquicia de Star Wars es la última en mencionar. Pero a esta propiedad se le debe dar de comer aparte, porque no sólo fueron mantras feministas sino el paquete entero de ideologías lo que se han cargado tan legendaria obra. Plagada de Mary Sue, del axioma «afroamericano que vemos no puede ser malo», y la deconstrucción de personajes masculinos a remedos patéticos, han llevado a Lucas Film, dirigida por Kathleen Kennedy, feminista empedernida, a prácticamente una obra con un valor tan miserable y risible que ya invertirle dos dólares es riesgo absoluto. Más aquí la importancia es señalar que el empoderamiento femenino, sumado a guionistas y directores que demostraron nulo conocimiento al lore, ha sido la normativa para comercializar algo desvirtuado y destrozado por el único objetivo de enaltecer “la fuerza” de lo que hay entre las piernas de las mujeres; y no lamentamos ser mal sonantes, poco falta en entrevistas de este producto para que así acabe, como las declaraciones en la Star Wars Celebration 2023. El resumen del evento fue dar a conocer las nuevas diez mujeres encargadas del universo, como si con las que había ya la cosa caminara bien, y la sinopsis de The Acolyte donde se nos vaticina una serie muy, pero que muy matriarcal, bajo las afirmaciones de sus creadoras que dan para la malsonancia anterior. En fin, que para los fanáticos de esta franquicia aún el lado oscuro sigue siendo muy fuerte en ella; recen para que el árabe millonario consiga su objetivo.

Con los referentes anteriores, ¿qué podemos extraer del triunfo de Barbie? La respuesta es tan simple como complicada. En primer lugar, tomaron una franquicia monumental, femenina y donde los hombres básicamente somos accesorios. Allí no debería existir queja alguna por lo señalado en los primeros párrafos, la franquicia tenía todo el potencial para ser un filme dedicado únicamente a enaltecer a las mujeres, algo que hizo y se debe respetar. Fue, en humilde opinión, la jugada maestra que se colgó, además, de otra película exitosa como lo es Oppenheimer, y es de sabios admitir que el marketing fue espectacular.

Al mismo tiempo, el segundo punto a reflexionar es la compresión de su público meta. Esta cinta posee todos los rubros a los cuales las feministas modernas están acostumbradas: Un Ken formalizando al fantasma del patriarcado como algo tangible. Además, se atrevió a profundizar en los temores incomprensibles sobre la belleza, afirmando la mismísima Margot Robbie a no poseer la hermosura suficiente para estándares normales —quizá comunes para un universo paralelo, pues su único escaño a vencer es contra Gal Gadot—. Otra manera de abordar esto fue con la mágica repetición en estribillo de todo aquello que fustiga la moral femenina, como un axioma ritual que asemeja a la invocación a Bettlejuice y donde derrotan al espectro por mera obra arcana —seriamente, hay guiones con resoluciones más absurdas y con menores repercusiones a la imagen femenina, donde básicamente resumen el por qué algunas padecen de histeria o ansiedad y banalizando, en cualquier caso, dichos “problemas”—. En este punto la obra saca un diez sobre diez.

Con todo lo anterior mencionado, es definitivo que Barbie, la película, es un éxito indiscutible aún si levanta roncha en muchos, pues tomaron la mejor ruta posible para plasmar todo aquello que a la feminista postmoderna agrada. Vivimos una película que hizo escuela socavando, de los fracasos anteriores, las virtudes que la propiedad da; no se dedicaron a destruir una obra varonil, el marketing mezclado fue excepcional y lo más destacable, la franquicia, pese a haber sido crucificada años antes,  ha sido compañera de ese público desde su más tierna infancia, y por tanto, no existiría repulsión alguna por una muñeca que concretó los más dulces sueños de grandeza de muchas niñas en el pasado; esto hace pensar que por más odio que se le quiera dar a un producto conforme maduremos, al final todo lo resume la nostalgia y el enganche que este consiguió cuando fue amado.

En fin, es de justos admitir que Barbie es una obra para estudiarse, porque aún por más repelente que pueda ser el mensaje feminista, si lo aplican correctamente y con el objetivo de darle a su público meta lo que desea sin caer en el sermón obvio, quizá en el futuro las cosas se arreglen y las discusiones absurdas de internet sobre el cine se remitan a simplemente subgrupos en su lado de la plazoleta.


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